MONITOREO Y ANÁLISIS DE LA SITUACIÓN GEOPOLÍTICA EN EL MUNDO Y SU IMPLICANCIA EN LA PATAGONIA

Emprendedor por naturaleza

A unos 15 kilómetros de la ciudad capital, en la colonia Nueva Coneta, departamento Capayán, hay una historia de vida que contar, la que tejieron un entusiasta emprendedor con su familia. Empeño, esfuerzo combinado con idoneidad y visión de futuro son atributos de este hombre, quien vive de lo que genera con su capacidad innata nutrida de conocimientos adquiridos con rigurosidad metódica en los claustros universitarios. Estamos hablando de Jorge Paredes, ingeniero electricista, para abordar la temática de las energías renovables, y resultó inevitable entrelazar sus logros con su proyecto de vida cimentado en la familia, génesis de su espíritu emprendedor. “Dejé el mundo industrial para formar una familia. Soy feliz con lo que tengo”, dice.
En un contexto de crisis energética, su fuerza innovadora lo llevó a generar soluciones concretas, desde su lugar, como el calefón solar, el concepto de piso radiante en las construcciones, aprovechando el potencial natural de Catamarca, como son el sol y el viento. La administración pública no está en su esquema mental. Su horno deshidratador fue galardonado por la ciencia y la tecnología del país, y hoy dinamiza una porción de la producción del pequeño pueblo agroganadero donde está radicado desde hace 7 años. Conozcamos a este hombre distinto, que tiene puesta su mirada en el desarrollo sustentable, con fuerte contenido ecologista, y cimentado en un presente de trabajo exigente, en cuyo corazón está la familia que conforma con su esposa Alejandra y sus hijos Lucas y Felipe.

La tarde calurosa de noviembre invita a tomar algo fresco mientras comienza el diálogo con Jorge Raúl Paredes (47), ingeniero electricista, vecino de la colonia Nueva Coneta, departamento Capayán: “Actualmente estoy trabajando en una planta deshidratadora. He diseñado un horno con el cual hago la extracción de agua de todas las materias primas que tenemos en la colonia. Deshidratamos tomates, pimientos, la aceituna, que es nuestra vedette, y todo lo que son hojas, acelga, espinaca, rúcula, cilantro, todas las aromáticas de la región. Y lo último que estamos haciendo es el charqui, retomando lo que hacían nuestros abuelos”.
En esta zona agrícola-ganadera viene desplegando una actividad productiva, “estoy desarrollando la generación de valor agregado en procesos productivos. El horno es diseño propio, termino haciéndolo porque regreso a mi provincia después de casi veinte años para formar una familia. Vengo de un ritmo vertiginoso, netamente industrial de 12, 13 horas en una empresa. Mi señora es odontóloga, tenía dos consultorios, uno en San Miguel de Tucumán y otro en el interior, y era jefa de Guardia de Emergentología del Hospital Padilla. Por nuestras actividades no nos veíamos nunca”, cuenta.
Jorge trabajaba en una fábrica de fideos haciendo montajes de líneas de producción. “Una línea de producción es un bicho de 4 x 10 metros y 86 de largo, máquinas de 3 millones de euros, es otro mundo”, define, apuntando que trabajó con gente de Italia, “me adoptaron como pupilo, y descubrí que en realidad estaba aprendiendo procesos; no hay universidad ni tecnicatura, no hay nadie que enseñe eso. Tuve propuestas laborales para irme al exterior, pero estaba en la universidad y resignaba recibirme por estar trabajando”.
En ese momento hubo un punto de inflexión en su vida, y pensó: “Si me voy no vuelvo más, y si no vuelvo no me recibo, y había prometido a mi familia terminar la carrera. Me quedé hasta que decidí dejar el ámbito industrial para recibirme. Dejé de trabajar un año, me mantuve con el dinero que había juntado y me recibí en Tucumán. Inmediatamente me llamaron para desarrollar una actividad a nivel gerencial en otra empresa donde estuve dos años. Hacía exportaciones de fideos a Chile y Venezuela, pero con vegetales deshidratados, y los vegetales deshidratados los compramos en Catamarca. Como llevaba una actividad gerencial dije por qué no empezamos a hacer nuestros deshidratados. No aceptaron porque era otro rubro”.
A partir de ahí diseñó su propio sistema para hacer los deshidratados. “Fue una época de crisis para las exportaciones, sacan las retenciones. Para los dueños de la empresa ya no era rentable permanecer en zona franca, y deciden no estar más. Es cuando decidimos con mi esposa formar una familia. Pero si nos quedábamos en Tucumán iba a seguir trabajando 10, 12, 14 horas, cuando llegaran los hijos quién iba a cuidarlos. No quería que aparezca una abuela, una tía, una empleada, entonces decidimos hacerlo juntos. Durante un tiempo no ganamos más de lo que necesitamos, porque el objetivo es estar juntos”.
Fue allí cuando tuvo la posibilidad de participar de un concurso de jóvenes emprendedores lanzado en el 2006 por la entonces Agencia para el Desarrollo Económico de Catamarca (Adec). Se presentó y ganó. El proyecto era un horno deshidratador, desarrollado para zonas agroganaderas. “Entonces volví a la provincia. Teníamos que vivir en el campo. No estaba en los planes, pero cuando dijimos sí, hicimos todo rápido, nos casamos, encargamos el primer hijo y nos vinimos. Nació Lucas en septiembre de 2007, y en noviembre ya estábamos instalados”, relata.
Ninguno de los dos entró en la administración pública, “somos independientes, vivimos de lo que hacemos cada día. Muchos preguntan por qué no entramos a la administración pública. No soy compatible con la administración pública, no porque sea malo, simplemente mi forma de pensar no va con ese ritmo. Mi formación es de la planificación, programación, ejecución, control”, especifica.
Defiende su proyecto de productos deshidratados, y se pregunta “quién no va a querer tener en un proceso productivo materia prima que no se eche a perder. Lo que pasa es que no se está dando la aplicación, no hay difusión. Pero tampoco nos damos cuenta que estamos rodeados de deshidratados: la yerba, el azúcar, el fideo, los granos de maíz, todos son deshidratados; ni hablemos de los condimentos, pimentón, espinaca, orégano, perejil, provenzal”.
En este punto resalta que “comemos pasa de uva, de higo, los orejones, los pelones, eso lo hacían nuestros abuelos; el mismo charqui. Nosotros somos los desmemoriados, yo no inventé nada, lo único que hice fue aplicar la lógica de una profesión, que es la ingeniería, resolver problemas puntuales y aplicarlo. Tiene que ver con la conservación de los alimentos. Se faenaba un animal, si no tenía la carne vendida o acomodada era una lástima faenar, de las tripas hacían los embutidos, de las piernas hacían jamón, las conservas y algunos cortes los colgaban, los ponían en la cajita para que se seque. Era todo con sal. Ahora diseñé un horno emulando las condiciones naturales de deshidratación, la diferencia es que no necesito la sal, antes era calor, viento y el elemento que le saque el agua, que era la sal, que también era una barrera bacteriológica. No hay sal, no hay químicos, no hay conservantes, es todo natural”.
De esta manera, Paredes no sólo diseñó un horno sino que también está innovando, porque son técnicas de deshidratación.
Mientras comenzaba a trabajar con productos deshidratados en la colonia, allá por 2007, advirtió que “en el invierno necesitaba más energía que en verano para hacer los deshidratados; eso era bueno porque la mayor parte de la producción la tengo en noviembre-diciembre. Arrancamos la etapa productiva fuerte de la colonia, pero me daba cuenta que había mucha energía del sol, y no la estaba aprovechando. Entonces empecé a hacer métodos caseros para calentar, desde espejos, concentradores, hasta que viene mi señora y me dice que haga las cosas en serio, eso significaba ponerse a estudiar. A los 43 años, me inscribí en la Universidad Nacional de Salta (Unsa) para hacer la maestría en energías renovables, en tres años”.
“Si quiero visualizar o escribir mi futuro no tengo que esperar nada, tengo que planificar mi futuro y el de mi familia. Fui a buscar conocimiento, lo aprendí, traté de divulgarlo, algunos me escucharon, otros no. Perdí energía tratando de convencer a la gente, empecé a hacerlo y a mostrarlo, entonces comencé a ver los logros y reconocimientos”, dice.
Actualmente “estoy trabajando con gente del Instituto de Investigaciones en Energía No Convencional (Inenco), que es lo mejor que hay en la Argentina. Son pioneros en el trabajo con energía renovable y lograron hacer la carrera de energía renovable en el país. Empezaron en Salta y después fueron itinerantes en cada una de las universidades del Noroeste. Yo fui a la cohorte de 2013 y terminé el año pasado. Los docentes venían de Buenos Aires, Europa, Brasil, los mejores en cada área, venían, nos capacitaban y tomaban examen”.
Su tesis de graduación es sobre el horno, “les interesa porque trabajaron mucho en la Puna con este tipo de hornos deshidratadores, que estén a 4.000 m.s.n.m. y no necesiten energía eléctrica para funcionar, sino que lo hagan con energía solar, eólica, geotérmica, usando el calor de la tierra, hasta con biocombustible, a partir del descarte de una poda hasta el carozo de la aceituna, la cáscara de la nuez, pistacho, los tenemos acá y son elementos combustibles”.
Nuestro entrevistado considera que “en Catamarca hay gente que puede hacer cosas, pero está desperdiciada dentro de la administración pública, porque no nos enseñaron otra cosa”.
“Son muy pocos los que por tradición familiar u oportunidad desarrollaron algo, el común piensa en el Estado. Yo me fui, volví, y nunca existió el Estado, porque tengo el concepto que hay que generar, producir, hacer, mejorar, innovar”, afirma, y agrega que “todo mi entorno, mis amigos, son de la administración pública. Dicen que yo soy diferente, no sé si es bueno o malo, pero vivo. Últimamente compramos un terreno, a mi señora le construí un consultorio bajo el concepto de bioclimatización. Hice un cubo, limité todo lo que es cerramiento porque tenemos una zona muy ventosa y vivo en medio de la tierra; estructura metálica y una altura de 4 metros. Coloqué piso radiante, losa radiante, no sé cuántas casas lo tienen en Catamarca. Abajo coloco mangueras, hago circular agua caliente y climatizo la casa en invierno, y en verano agua fría para sacar el calor”.
El emprendimiento alimenticio de Paredes genera un circuito productivo que involucra a varias personas. “Cuando me instalé en la colonia no conocía a nadie, por eso diseñé una unidad productiva para manejarla yo y mi familia. Hice un prototipo que está funcionando, ¿Dónde genero empleo? En la persona que me está produciendo la materia prima, ya que todos los productos son de la colonia”.
Con su emprendimiento se benefician indirectamente “la diseñadora, que también es una emprendedora, los productores que proveen el tomate, hay dos que me hacen las hojas, la rúcula, la espinaca y la acelga;  otro que trabaja con el cilantro y el perejil, y uno que hace la cebollita de verdeo porque también la deshidrato, zanahoria, berenjena. Una que ahora está teniendo auge es la faena porque les compro la carne para hacer el charqui. Con esto comencé el año pasado. Todo eso hago con el horno deshidratador”.
Estima que “a no menos de diez productores les sacó una porción muy pequeña, pero a ellos les sirve porque se la pago y recién llevo el cajón. Lo primero que hice fue establecer una relación de respeto de la palabra. Había familias que ponían los tomates en una carretilla y ése era el flete”.

¿Dónde coloca los deshidratados?
– Los últimos años he vivido de eventos. Cuando empecé, el único evento del que participaba era el Poncho porque la Adec tenía un stand donde estábamos amontonados, pero era la primera experiencia. Aprendí mucho, porque tenía que presentar el producto, llamar la atención de la gente y esperar su devolución. Empecé con la degustación, porque antes para probar el producto tenías que comprarlo. Yo necesitaba que la gente probara esto, porque cómo vendo aceituna deshidratada si nunca la probaron. Es un snack, lo mismo que la papa frita, el palito salado,  el maní, es para acompañar.
Es decir que empecé con las ferias, las presentaciones, el Poncho, los vinos en el Sheraton, en Córdoba, luego apareció Caminos y Sabores, Tecnópolis, un evento de gastronomía en Puerto Madero, festivales. Tenía ocho eventos en el año. n

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“Mi piedra basal es la familia, por la que hice una gran apuesta. La típica frase ‘qué mundo le estoy dejando a mi hijo’, no; ‘qué hijo le estoy dejando al mundo’. Si lo formo con valores, con principios, con el concepto de familia, hay muchas cosas que van a cambiar. He tenido ofrecimientos y dejé el mundo industrial para formar una familia. Soy feliz con lo que tengo, entonces puedo hacer muchas cosas”, Jorge Paredes.

“Un mimo al corazón” 
En octubre, el ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación presentó en Tecnópolis un catálogo que incluye a Jorge Paredes. “Me emocioné cuando vi que en la página 147 del libro Innovar 2017 figuro como una mente innovadora. Estoy en un catálogo donde dicen que lo que hago es innovador. Innovar identifica procesos, productos o ideas innovadoras en sus distintas categorías, yo estoy en alimentos”.  Se registraron 1.200 proyectos, se aprobaron 900 y fueron expuestos 400, “en realidad en Tecnópolis éramos 320 de todo el país, 300 mentes estuvieron ahí, una era la mía”, dice emocionado.
Para Jorge, esta distinción “es el premio al esfuerzo de hace 10 años de querer hacer y mostrar que se puede hacer cosas distintas. Esto es un mimo al corazón, es un premio a la decisión de vida que tomé de formar una familia”.

No se ahorra energía por desconocimiento
Jorge Paredes no es un improvisado, dedicó años de preparación como ingeniero y después, sin hacer caso a los prejuicios de la edad, renovó su avidez por el conocimiento, iniciando a los 43 años la maestría en energías renovables. Es por ello que escuchamos su visión sobre la situación energética local.
“En Catamarca, números más, números menos, hasta el año pasado se consumen 170 mw. Por las líneas de transmisión por los cables pueden venir solamente 110, la capacidad de transporte no da para más, o sea que hay un 60 que no está cubierto. Para paliar el déficit de energía pusieron los equipos generadores, que funcionan a gasoil, fueloil. Eso es una solución. ¿Es la mejor? No sé, pero es muy endeble”, afirma.
Frente a este panorama, Paredes manifiesta que “la primera propuesta es que si coloco un dispositivo solar en el techo de una vivienda, aprovechando los rayos del sol, esto equivale a reemplazar el calefón eléctrico, que me gasta 2 kw por día. Entonces, si a 500 casas que tienen un calefón eléctrico le pongo un calefón solar, me estoy ahorrando 1 megavatio por día, entre 15 y 20 años. Si en Catamarca hay 87.000 usuarios (seguro que hay más), esto significa que hay 87.000 casas, si le puse a 500 y me ahorré un mega, significa que ya no tengo que producir 60 sino 59, pongo otros 500 y tengo que producir 58, y así sucesivamente”.
“Hoy existe tecnología con la cual puedo ahorrar, el paso siguiente es generar mi propia energía, que es lo que se está haciendo con paneles fotovoltaicos o generadores eólicos; el sur eólico, el norte fotovoltaico. Pero lo empecemos a hacer. Vine a hablar de esto en 2012, nunca me entendieron, porque nunca vieron el problema”, señala, considerando que “no se hace por desconocimiento. Ahora son todos opinólogos, todo el mundo habla porque está en boga el tema. En Catamarca hay mucha gente que sabe y está metida en la universidad”.
“Soy ingeniero electricista, conozco el tema energético, en el 2009 ya sabíamos de la crisis energética en que estaba el país, e hicimos una extrapolación hasta el 2020 sobre cuál iba a ser la crisis, y se cumplió”, apunta, y agrega que “hace dos años atrás hubo un cambio de mentalidad y ahora están hablando de los renovables, pero aún no se hizo nada. Ya funciona en el mundo y sólo tenemos que adoptar una tecnología, adaptarla al medio y empieza a funcionar. Tengo más de 120 equipos puestos en todo el país. Si esto ya funciona, no experimentes más, hacelo”.
“Catamarca tiene tan buen sol, que rompe todo. Lo dice la bibliografía mundial. Hoy hay cinco lugares en el mundo con máxima radiación solar, y una de esas cinco regiones es Catamarca. Entonces, cualquier desarrollo que se haga va a funcionar”, destaca.
El especialista recuerda con exactitud el día que instaló el primer calefón solar en su casa. Fue el 7 de agosto de 2012. “Desde entonces me baño y no gasto energía, cocinamos y no gastamos energía. Hoy fui a cambiar una garrafa de 10 kilos, que la compré el 27 de julio, en pleno invierno. En la cocina uso el calefón solar, pero qué pasa, hoy para desayunar abrí la canilla, esperé que salga agua caliente y la saqué a 60, 70 grados, la puse en la hornalla y la prendí; si saco agua fría de red, estoy llevando de 16, 18 grados hasta 97 para que hierva. Yo saqué a 60, 70 grados, entonces, de tus 15 minutos de gas yo gasté 5, a media mañana, a mediodía, a media tarde, a la tarde, a la noche. Todos los días me ahorro de 15 a 20 minutos, así una garrafa de 10 kilos me duró tres meses y medio”, detalla.

Los lápices de colores
Hay una experiencia en las alturas, en plena Puna catamarqueña, que emociona a Jorge. Ocurrió en noviembre de 2013. “Me fui a la Puna, Laguna Blanca, Belén, 30, 40 kilómetros más arriba está Aguas Calientes. También a Toro Yaco, Santa María, nos metimos por una quebrada, un río y terminamos en Ovejería. Hice todo este recorrido para llevarles un calefón solar para que puedan bañarse. Muy lindo. Pero les pregunté: ‘¿Ustedes, qué necesitan acá? Me dicen: ‘Lápices de colores’. Me quería morir, hice 800 kilómetros, 4.000 metros, 17 grados bajo cero, con la idea de que te estoy ayudando, pero nunca fui a preguntar qué necesitan. Muchas veces creemos que ayudamos a la gente y en realidad no le preguntamos a ellos qué necesitan”.
La escuelita es como “un internado, cocinan para 66 chicos. La cocina no tenía luz hace dos años, porque hacía dos años que la gente no los iba a visitar. Estoy hablando tiempo atrás, capaz que ahora van todos los días”.
“Ya estuve en el extremo ayudando a la gente, mi cuota de responsabilidad social ya la cumplí”, afirma.

En Totoral
“Estuve pidiendo cotizaciones de paneles fotovoltaicos para poner en Totoral, es más adentro de Concepción, donde viven familias que no tienen nada. La idea es ver si los podemos ayudar, por lo menos con generación fotovoltaica, porque llega la noche y se van a dormir porque no pueden hacer otra cosa. Se puede ayudar a la gente y no lo hacemos por desconocimiento, no por malos. El catamarqueño no es malo, no sabe, tiene un corazón tremendo, en nuestras venas tenemos sangre emprendedora, porque si pregunto qué hacías con tu abuelo, me responen que hacían charqui, dulce, embutidos. Es un emprendedor”.

 Fuente: http://www.elesquiu.com/sociedad/2017/11/19/emprendedor-naturaleza-267317.html

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