Titulada “Todo es vuestro, una educación para un gran cambio de mentalidad: la conversión ecológica”, su intervención comenzó teniendo en cuenta “dos gritos que claman al cielo: el grito de los pobres y el grito de la tierra, nuestra Casa Común”. Al respecto, destacó que “ha sido la clarividencia del papa Francisco lo que las ha puesto en evidencia y en conexión uno con otro”.
En ese sentido, advirtió que la encíclica Laudato si’ sobre el cuidado de la Casa Común debe ser de lectura obligatoria para todo docente católico y para toda persona de buena voluntad “a la que le preocupe el sufrimiento de tantos hermanos nuestros y el sufrimiento de la Casa Común”.
En la introducción, el prelado llamó a tener en cuenta el lugar que ocupa el ser humano, para qué está en el mundo, para poder “ubicarnos en relación con el prójimo y con la creación”. Inspirado en las palabras del papa Francisco, animó a preguntarse: “¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo?”.
Por otra parte, se refirió a la “herida estructural del corazón humano”, teológicamente llamada pecado. “Es una experiencia de la humanidad, que ahora se agrava por el poder tecnológico, económico y político, concentrados, la de hacer cosas que dañan a los demás: el egoísmo, la violencia, la avaricia, la idolatría del dinero, del poder, del placer, la ambición de dominio sobre los demás, el querer extraer a la tierra todo el jugo posible encerrados en un egoísmo que se hace incapaz de ver la necesidad del que se tiene al lado”, consideró.
Como respuesta, sugirió “una antropología adecuada que conciba al hombre abierto al infinito, abierto a la eternidad, abierto al misterio. La causa más importante de la crisis educativa en la que estamos inmersos es la falta de apertura al misterio, dominados por un neopositivismo que clausura y censura las preguntas últimas, deja insatisfecha la sed del corazón humano”, alertó. “Es necesaria una antropología abierta, que reconozca la raíz espiritual de la persona humana”.
Educar para entender la realidad como signo
“Lo que puede vencer este neopositivismo asfixiante, que vuelve la realidad opaca, sin brillo, sin decirnos nada, sin remitirnos a nada ni a nadie, es educar en el entendimiento de la realidad como signo”, explicó monseñor Martín. “Necesitamos ser educados y educar en la conciencia de la dependencia, que somos creaturas y estamos en manos de Alguien que nos ama”.
“La otra experiencia que estamos llamados a realizar y a educar a nuestros chicos y chicas es la del ‘cosmos’. Nos damos cuenta de que la realidad es cósmica, tiene un orden, una belleza por la que se hace atractiva”, señaló.
“Se necesita educar en la atención, estar atentos a la realidad; educar en la observación que lleva a la verdad, pues parte de lo constatado y no de meras ideas”, añadió, y consideró necesaria también “una educación ambiental que vaya más allá de una mera información científica y en la prevención de daños ambientales; es necesaria una educación que critique los mitos de la modernidad: progreso indefinido, consumismo, mercado sin reglas”.
El arzobispo se refirió también a la experiencia cristiana y a la visión cristiana del hombre y la creación: “Dios creó todo por amor. Y dentro de la creación hizo al hombre para hacerlo partícipe de su felicidad, sin ninguna necesidad de hacerlo. Dios crea libremente y por amor”, afirmó.
“La fe cristiana nos da una visión del ser humano como persona (substancia individua de naturaleza espiritual). El ser persona hace que el ser humano posea una dignidad única, que cada uno es irrepetible, imagen y semejanza de Dios. En una palabra, la persona humana es sagrada, querida por Dios como fin en sí misma y no sólo como medio”, agregó.
En ese sentido, destacó que “la tarea del hombre, especialmente por el trabajo, es completar la obra creadora de Dios, es mejorar las condiciones naturales de modo que todo concurra al bien de todos y especialmente a que el hombre viva”.
“En su encíclica Laudato si’ el papa Francisco nos recuerda que las tres relaciones fundamentales del ser humano, que están estrechamente conectadas entre sí: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra se han roto, externamente y dentro de nosotros por la fuerza del pecado”, recordó el prelado.
“La primera consecuencia del pecado es la ruptura con Dios, se pierde la amistad con el Creador; se pierde el estado de gracia, el salario del pecado es la muerte eterna”, detalló. “El pecado afecta la relación con el prójimo”, continuó y aclaró: “Aquí también entra el no hacerse cargo de los propios actos.
El prelado se refirió luego a la redención: “El anuncio cristiano nos dice que el hombre no ha quedado abandonado a su propia suerte, que Dios se ha compadecido de Él y nos ha enviado a su Hijo Jesucristo, Palabra de Dios hecha carne para redimirnos del pecado y de la muerte, para hacernos nuevas creaturas. Y a todo el que cree en Él le dio el poder de ser hijo de Dios”.
“Frente a este anuncio estamos llamados a creer en Él, a adherirnos a Él. Y así comenzar el camino de la vida con esa mirada nueva y ese afecto nuevo”, exhortó. “Frente al anuncio del Reino de Dios somos llamados a la conversión, a ese cambio de mentalidad que nos hace dirigir nuestra mirada hacia Cristo y desde él afrontar la vida, la relación con Dios, el trato con la creación y con el prójimo”, sostuvo.
Finalmente, hizo hincapié en la conversión ecológica: “En este camino nuevo siempre estamos necesitados de convertirnos, podemos decir que la conversión es un proceso permanente que culminará el último día de nuestra existencia terrena. Convertirse es volver la mirada hacia Dios y desde él concebir el mundo, la vida”, aseguró.
“La conversión a Dios es integral, toma la totalidad de la vida, y llega también, como consecuencia, al modo cómo tratamos lo creado y cómo nos tratamos entre nosotros”.
“El Papa nos invita entonces a que nuestra conversión, nuestra espiritualidad cristiana llegue a ser totalizante, llegando a sanar las relaciones con las demás creaturas y con el mundo que las rodea y provoque esa fraternidad con todo lo creado; todo esto como fruto de la luz y de la fuerza de la gracia recibida”, recordó.
“El encuentro con Jesucristo nos trae paz e irradiamos paz”, consideró. “La vivencia de la fe nos permite estar atentos a cada persona sin estar pensando en lo que vendrá, nos hace abrazar el presente con intensidad viviendo cada momento como el primero, como el único, como el último”.
“Para el corazón creyente todo nos habla de Dios. Esta mirada que nace de la fe encuentra su fuente y su cumbre en la Eucaristía que une el cielo y la tierra, abraza y penetra todo lo creado. Por Cristo presente en la Eucaristía, todo el cosmos da gracias a Dios”, sostuvo.
“La Eucaristía nos anticipa la eternidad, el cielo nuevo y la tierra nueva hacia la que marchamos. El más allá se gana en el más acá, viviendo conforme al designio de Dios. Caminamos con esperanza en medio de las tribulaciones y de nuestras miserias y caídas, pero confiamos en la misericordia que será la última palabra de la historia”, concluyó.+