La cría industrial de salmones está prohibida por ley desde 2021. Pero, apoyado por la industria, el bloque libertario presentó un proyecto para modificar la norma. El debate por el modo de producción y la protección del ambiente.
(Por Gonzalo Sánchez*) – Hace tres años se prohibió en Tierra del Fuego la instalación de granjas de cultivo de salmones en mares, canales y lagos. Fue una noticia mundial: de esa forma Argentina se convirtió en la primera nación en pronunciarse contra ese proceso industrial que, según prueba la ciencia, atenta contra los ecosistemas creando “zonas muertas” en el fondo del mar.
La votación, entonces, había resultado unánime. Tras cuatro años de debate, los legisladores provinciales del fin del mundo, con pleno apoyo del ambientalismo, pero también de la mayoría de los fueguinos, lograron una norma trascendente, que incluso sirvió como modelo para otros países que avanzarían en la misma dirección. El lema “No a la salmoneras” se impuso como una premisa que luego hicieron propia hasta los más afamados cocineros de Buenos Aires.
Pero todo podría cambiar de un momento a otro. Un sector de la industria busca modificar la ley. Para ello, contaría con el guiño del Gobierno nacional. Detrás de esa iniciativa, que ya genera un fuerte debate, está acaso el empresario más pujante de Tierra del Fuego, Rubén Cherñajovsky, fundador de Newsan, destacado en el ámbito de la tecnología electrónica y muy favorecido por el histórico régimen de promoción industrial. El mismo reveló sus intenciones durante una entrevista concedida al podcast “La Fábrica”, que se emite los domingos por YouTube.
“Estamos peleando para que nos dejen hacer salmón porque creemos que se puede hacer salmón cuidando el medio ambiente, como se hace en todo el mundo”, afirmó Cherñajovsky. El empresario reveló que trabaja activamente para modificar la ley provincial 1355, que prohíbe el cultivo y la producción de salmónidos en aguas marítimas y lacustres de la provincia. “Nosotros estamos trabajando para que eso se modifique”, remarcó. Para Cherñajovsky, la prohibición de las salmoneras en la región es un error. Está convencido de que la actividad puede realizarse de manera sostenible y cuidadosa con el medio ambiente.
Según dijo, la Argentina tiene la capacidad de alcanzar niveles de exportación, generando miles de millones de dólares en ingresos. “La exportación que hace Chile es de 5.000 millones de dólares anuales y acá casi cero”, recalcó. “Yo creo que hay que cuidar el medio ambiente, lo que pasa es que tenés que interpretar qué es cuidar el medio ambiente. Me imagino que tener tanta gente sin trabajo tampoco es una manera de cuidar el medio ambiente, empezando por los que habitamos el medio ambiente. Hay que buscar los equilibrios”, cerró.
Una de las “kayakeadas” de protesta realizadas durante el debate por la ley que prohibió la instalación de salmoneras en el Sur. Una de las “kayakeadas” de protesta realizadas durante el debate por la ley que prohibió la instalación de salmoneras en el Sur.
Una práctica desarrollada y cuestionada
La salmonicultura es la siembra y cosecha intensiva de salmónidos bajo condiciones controladas para fines comerciales. En este tipo de producción, los salmones engordan en “jaulas de redes abiertas o flotantes” ubicadas normalmente en bahías y fiordos a lo largo de las costas. La técnica se originó en Noruega a finales de 1960.
Las jaulas tienen el tamaño de una cancha de fútbol. Según plantean diferentes estudios enarbolados por quienes se oponen a este proceso, el hacinamiento de los peces dentro de esos enormes corrales propicia el desarrollo de parásitos y patógenos que contaminan el agua. Por generar y requerir nutrientes y químicos en cantidades tóxicas, al desprenderse las fecas hacia el lecho marino se generan “zonas muertas” en el océano donde no prolifera, finalmente, ningún tipo de vida.
Sin embargo, el cambio de tiempo político, la permanente necesidad de divisas, el aumento de la pobreza y una suerte de aval para repensar restricciones imperantes promovido por figuras de peso como la del ministro desregulador, Federico Sturzenneger, envalentonó a quienes venían proponiendo discutir la mirada ambientalista que prima sobre el tema. Esta semana, la pretensión de derogar la ley que prohíbe las salmoneras cobró forma de proyecto en la Legislatura Provincial, con la firma del legislador libertario de Republicanos Unidos, Agustín Coto.
“Esta ley amplía el régimen de la “Ley de Pesca” (Ley Provincial Nº 244), estableciendo un sistema de concesiones para aguas extraídas y promoviendo el desarrollo sostenible de la industria acuícola”, dice el parte de prensa, sin hacer referencia a la ley que prohíbe la actividad de cría de salmones en el Beagle y que quedaría abolida si se aprueba el nuevo proyecto. En abril pasado, Coto fue el único legislador que recibió y se entrevistó con Javier Milei, en ocasión de una visita sorpresiva del presidente a Tierra del Fuego como acompañante de la comandante Laura Richardson, jefa del Comando Sur de los Estados Unidos.
El debate promete ser álgido. El ambientalismo está de nuevo en alerta. Pero no pareciera reducirse todo a una cuestión meramente ecológica. Sino a un tema de escalas.
“Es una discusión de la producción. No de lo ambiental. Se hizo un estudio económico, de factibilidad, y la decisión de prohibir en su momento se basó en eso. Es una industria que tiene impactos irreversibles en el ecosistema. A las salmoneras se les otorga un punto en concesión y lo explotan por ocho años. Luego tienen que levantar ese punto y desplazarlo a otro lugar porque mata al mar y se le mueren los salmones”, explica en diálogo con Clarín Martina Sasso, titular de ONG Por el Mar, que fomenta la protección de los bosques de macroalgas en Tierra del Fuego y trabajó activamente por el “No a las salmoneras”.
“Acá es donde viene la ecuación económica -sigue-. En Chile existen 6.600 puntos de salmonicultura. Eso les da a ellos la proyección de que pueden expandir la salmonicultura. A la Argentina vino la mayor empresa del mundo, Maui, para analizar las posibilidades. Detectaron cinco puntos a lo sumo para producir en nuestro país. Es un negocio de cortísimo plazo: en ocho años tenes el mar muerto y no sabés dónde meter las salmoneras. Es más negocio hacerlo en tierra, como hacen los países avanzados. No es un tema ambiental. Es de matriz económica. Otro punto: donde hay salmonicultura no hay turismo. Propone llevar al proyecto a la costa norte donde no hay turismo, pero allí tampoco está probada la factibilidad”.
“La gente no dice No a la salmonicultura. Se les dice que sí, pero en tierra”, cierra.
Desde una mirada científica, Adrián Schiavini, biólogo y miembro del Centro Austral de Investigaciones Científicas (CADIC) se pregunta: “¿Vamos a hacer bosta el canal del Beagle por 5 centros de cultivo para poner 75 puestos de trabajo y conseguir 30.000 toneladas?”. Como Sasso, Schiavini sugiere que la solución más viable y menos perjudicial sería desarrollar la salmonicultura en instalaciones terrestres con sistemas de recirculación de agua. “Lo que se está buscando es que lo que se pueda hacer es instalaciones en tierra que recirculen y cuiden el agua, limpien el agua de los nutrientes que se tirarían de otra manera al mar,” explica. Sin embargo, reconoce que esta opción es más costosa y enfrenta resistencia debido a su impacto en la rentabilidad.
El biólogo Alejandro Winograd, editor de libros de viajes y vecino de la isla, hace su aporte para la discusión incipiente. “El salmón de criadero tuvo un auge muy grande, la moda del sushi, el salmón como lo conocimos nosotros”, explica.
“Pero todo eso ya pasó. Cada vez todos escuchamos hablar con más intensidad y firmeza, de las diferencias entre los salmones salvajes y lo salmones de criadero. Hoy está claro que lo salmones de primera son los salmones salvajes, que son muy caros, muy pocos y con una pesca muy controlada. Después vendrían los salmones de segunda, que son los salmones de algunos criaderos muy sofisticados de Noruega, Escocia, de algunas zonas de los EEUU, de Canadá. Después están los salmones de tercera, que son esencialmente los salmones chilenos, un salmón de calidad, no quiero ser despreciativo, pero que compite fundamentalmente en el mercado por su precio. Es un salmón bastante bueno, bastante atractivo y más barato que los anteriores que he mencionado. Y ahí es donde yo me pregunto, y le pregunto a los responsables del proyecto Newsan, ¿de verdad quieren hacer un salmón de tercera o de cuarta?”, reflexiona.
“En el mejor de los casos -plantea Winograd- estaríamos igual que Chile o detrás, si tenemos en cuenta que en Chile es un desarrollo que lleva 50 años.
“Está muy ajustada la escala. Viene de la década del 70, de convenios público privados realizados por el gobierno de Pinochet, que más allá de las críticas es un dato. En Argentina eso no pasó. Ahora, 50 años después, cuando el producto hizo su ciclo, pasó de moda, en el momento en que los salmones pasaron su pico y empiezan a ser visto en muchos lugares del mundo y por muchos consumidores como un producto que está bien pero el proceso de producción, por mucho que se diga, no tan bien, digo, ¿de verdad vale la pena dedicar tiempo, recursos, energía, prestigio, la capacidad que seguro Newsan tiene de desarrollar mercados, en eso?”
Y cierra: “Yo invitaría a con esas mismas capacidades a buscar otro tipo desafíos, como la cría de mejillones por ejemplo en Puerto Almanza. De hecho, tengo entendido que Newsan tiene algún proyecto de este tipo. Pero más allá de esto creo que no es para Tierra del Fuego, creo que Tierra del Fuego tiene una calidad, una mística, un prestigio logrado en materia de medio ambiente que sería una pena poner en riesgo por la escala que pueda tener un proyecto de cría de salmón”.
Fuente: www.diarionorte.com