Tierra del Fuego es la zona más afectada, pero también se han detectado individuos en el continente:
Paula Leighton N. Desde Punta Arenas
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El Mercurio
La especie invasora tala árboles, inunda bosques, contribuye al efecto
Diez parejas de castores canadienses fueron introducidas en Tierra del Fuego en 1946 para activar una industria peletera. El negocio no solo fracasó, sino que la descendencia de esos ejemplares se convirtió en una especie invasora implacable, que hasta hoy sigue alterando uno de los ecosistemas más prístinos del planeta.
Se estima que entre 70 mil y 110 mil ejemplares habitan actualmente en el archipiélago fueguino. En 70 años han destruido el equivalente a 38 mil estadios nacionales de bosque nativo de lento crecimiento.
Al construir sus embalses desvían cursos de agua, inundan predios y bosques de lenga y contribuyen a que las turberas -terrenos de vegetación saturada de agua- liberen a la atmósfera parte de los millones de toneladas de gases invernadero que retienen, dice Eduardo Schiappacasse, seremi de Medio Ambiente de Magallanes.
En dos o tres noches un castor puede talar un árbol centenario. Su acción daña el paisaje y su belleza escénica y facilita el acceso a especies invasoras de flora y fauna, y la construcción de sus diques ha afectado el suministro de agua potable en las ciudades de Porvenir y Puerto Williams, agrega Felipe Guerra, coordinador nacional del Proyecto GEF Castor, iniciativa que busca implementar acciones que ayuden a evitar el avance de la especie.
El proyecto, que acaba de cumplir el primero de sus tres años, es financiado por el Fondo para el Medio Ambiente Mundial y en él participan también la FAO, el Ministerio del Medio Ambiente a través de la Seremi de Magallanes, la Conaf, el SAG y la ONG Wild Life Conservation Society-Chile (WCS).
Fuego y esperanza
Un eje central del proyecto es determinar las estrategias más efectivas para el monitoreo, control y eventual erradicación del castor. Para eso, lo que se aprenda en terreno es clave. De ahí que ya se esté trabajando en cuatro sitios piloto: dos en Tierra del Fuego y dos en el continente (ver infografía).
En la isla, uno de ellos está en el valle La Paciencia, ubicado en el Parque Karukinka, que es administrado por WCS. En esta zona de bosques y turberas se iniciará en diciembre el monitoreo e instalación de trampas, para luego iniciar estrategias de recuperación del ecosistema.
Jonathan Lara, asistente técnico del proyecto, aclara que “se emplean trampas especiales para castores, que no atrapan especies nativas, como coipos y huillines”. Además, están internacionalmente validadas por organismos técnicos y son las que causan menor sufrimiento al animal.
El otro piloto de la isla está en la cuenca del río Marazzi, un sector de estancias ganaderas. En el monitoreo de 60% de su superficie, un equipo de WCS ya ha identificado 151 represas y 80 castoreras activas. Aquí la metodología de captura es distinta a Karukinka, porque el paisaje es de matorral achaparrado. Pero eso no frena a los castores. A falta de árboles para hacer diques emplean lo que tienen a su alcance. “Eso incluye barro, huesos de guanacos muertos y hasta los cercos de las estancias, con alambre de púa incluido”, dice Guerra.
Los estancieros los aborrecen. Les han anegado vegas donde las ovejas se empantanan y mueren cuando van a pastar, han inundado caminos de acceso a las estancias y borrado praderas ganaderas.
Ya en el continente, hay registros aislados de castores que se presume cruzaron el estrecho de Magallanes, pasando por isla Dawson, para entrar por el río San Juan hasta la Reserva Nacional Laguna Parrillar, una zona de bosque, turbera y matorral 50 km al sureste de Punta Arenas. Por eso se estableció ahí el tercer piloto.
El cuarto punto abarca gran parte de la provincia de Última Esperanza, en la parte norte de la región. En esta zona no hay presencia de castores, “pero si llegan hasta ahí, podrían avanzar hacia el lado argentino o llegar a Torres del Paine y Aysén”, advierte Guerra. Para evitarlo, aquí se trabaja en un sistema de monitoreo de alerta temprana que busca frenar la expansión de la especie invasora hacia el norte. El proyecto contempla capacitar a personal de Conaf, SAG, Sernatur, Sernapesca, operadores turísticos y otros actores para que aprendan a reconocer al castor y las señales de su presencia.
En paralelo se proyecta crear una aplicación móvil que permita ingresar datos y fotos georreferenciadas y que luego alimente una plataforma de monitoreo que integrará información sobre esta especie invasora, su avance y distribución.
Si todo va bien, este trabajo sentará las bases para que la región más austral del país comience a recuperar el patrimonio natural del que hace más de 70 años comenzó a despojarle el castor.