Chubut, Patagonia, Argentina, 13 de mayo de 2025. Cada año, entre los meses de junio y diciembre, las aguas templadas del Golfo Nuevo y el Golfo San José, en la Península Valdés (Chubut), se convierten en el escenario privilegiado de uno de los espectáculos naturales más extraordinarios del planeta: la llegada de la Ballena Franca Austral (Eubalaena australis), una especie emblemática de la fauna marina argentina y considerada Monumento Natural Nacional desde 1984.
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Sin embargo, detrás de la postal turística que atrae a miles de visitantes nacionales e internacionales, se libra una batalla silenciosa por la conservación de esta especie icónica. Organizaciones científicas, ONGs ambientalistas, comunidades locales y organismos estatales trabajan de manera conjunta para enfrentar amenazas crecientes como el cambio climático, la contaminación acústica y el riesgo de colisiones con embarcaciones.
La Ballena Franca Austral puede alcanzar hasta 16 metros de longitud y superar las 50 toneladas de peso. Su nombre se debe a que, durante siglos, fue considerada la “ballena correcta” para cazar por su comportamiento lento, su tendencia a flotar tras morir y su alto contenido graso. Esto la convirtió en blanco de una caza industrial feroz durante los siglos XVIII y XIX, que llevó a la especie al borde de la extinción.
Desde la prohibición de su caza comercial en 1935 y con la designación de la Península Valdés como Sitio de Patrimonio Natural de la Humanidad por la UNESCO
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(1999), la población comenzó a recuperarse. Hoy, Argentina cuenta con una de las concentraciones más altas del mundo de Ballena Franca Austral, lo que ha permitido el desarrollo de un turismo de avistaje responsable y una red de investigaciones científicas de primer nivel.
📊 Conservación en cifras: recuperación lenta, pero con nuevas amenazas

Como dice el lema del Instituto de Conservación de Ballenas: “Lo que se conoce, se cuida. Y lo que se cuida, perdura”.
Según el Programa de Monitoreo Sanitario de Mamíferos Marinos del Atlántico Sur (PMSB), coordinado por el Instituto de Conservación de Ballenas (ICB) junto con Ocean Alliance y la Universidad de Utah, la población de Ballena Franca Austral en aguas argentinas muestra signos de recuperación, pero su crecimiento ha disminuido en la última década.
“Lo que vemos es una especie que aún se encuentra en recuperación, pero cada vez más afectada por factores externos, como el cambio climático y la creciente actividad humana en la costa patagónica”, afirma la Dra. Mariana Sironi, directora científica del ICB.
En los últimos años, se han registrado eventos de mortandad masiva de crías, especialmente en el Golfo Nuevo. Investigaciones apuntan a múltiples causas: desde la disminución del krill —su principal fuente alimenticia— hasta enfermedades y toxinas producidas por floraciones algales nocivas.
El avistaje de ballenas es una de las principales actividades turísticas de la Patagonia costera, generando miles de empleos directos e indirectos. Las localidades de Puerto Pirámides, Puerto Madryn y Trelew reciben cada temporada a más de 200.000 visitantes, muchos de los cuales llegan exclusivamente para ver a la Ballena Franca Austral.
El gobierno de la provincia de Chubut, a través de su Secretaría de Turismo, regula esta actividad mediante permisos especiales, horarios restringidos, límites de embarcaciones y capacitaciones obligatorias para guías y operadores. “Promovemos un turismo sustentable que genere ingresos a la comunidad sin alterar el comportamiento de las ballenas”, señaló recientemente la secretaria de Turismo, Florencia Papaiani.
ONGs como la Fundación Patagonia Natural y Conservación Argentina colaboran activamente en la educación ambiental de turistas y locales, y en campañas de concientización sobre el impacto de la contaminación plástica, el ruido submarino y las malas prácticas turísticas.
Amenazas crecientes: cambio climático, plataformas offshore y colisiones
Pese a los avances, la Ballena Franca Austral enfrenta amenazas cada vez más complejas. Una de las más alarmantes es el cambio climático, que altera las corrientes oceánicas y la disponibilidad de alimento. “El aumento de la temperatura del agua afecta el ciclo del plancton y reduce la biomasa del krill, lo que obliga a las ballenas a migrar más o a alimentarse menos”, explica el biólogo marino Luciano Vila del Centro Nacional Patagónico (CENPAT-CONICET).
Además, el incremento de proyectos de exploración sísmica y perforación offshore en la Cuenca Argentina Norte ha generado preocupación en organizaciones ambientalistas como Greenpeace Argentina, Surfrider Patagonia y Fundación Vida Silvestre, que han elevado alertas por el posible impacto de las ondas sísmicas sobre la comunicación acústica de las ballenas y otras especies marinas.
Otro riesgo importante es el de colisiones con buques mercantes y pesqueros. En 2022, se reportaron al menos seis casos de ballenas heridas por hélices en aguas patagónicas. Por esta razón, el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, junto con Prefectura Naval Argentina y la Administración General de Puertos, está desarrollando un sistema de corredores marítimos seguros, que incluiría rutas alternativas y velocidades máximas para embarcaciones.
En los últimos años, han surgido varias iniciativas de ciencia ciudadana, como la plataforma “Ballena Amiga”, donde turistas y habitantes pueden reportar avistajes y comportamientos de las ballenas. Estos datos son utilizados por investigadores del ICB, CENPAT y otras instituciones para trazar mapas migratorios y detectar cambios en la distribución.
A nivel educativo, el programa “Guardianes del Mar”, impulsado por el Ministerio de Educación de Chubut en colaboración con ONGs locales, ha llevado contenidos sobre fauna marina a más de 150 escuelas patagónicas. El objetivo: formar nuevas generaciones conscientes de la riqueza natural de su entorno y comprometidas con su cuidado.
La Ballena Franca Austral es más que un ícono de la Patagonia. Es un símbolo de la biodiversidad marina del Atlántico Sur, una embajadora de la conservación y un recordatorio de que es posible recuperar una especie al borde de la extinción si se actúa con decisión, ciencia y voluntad política.
Gracias al trabajo articulado entre investigadores, ONGs, comunidades y gobiernos, Argentina ha logrado posicionarse como líder en la protección de cetáceos. Pero los desafíos son grandes, y la presión sobre los ecosistemas marinos sigue creciendo.
De cara al futuro, la clave está en profundizar las políticas públicas de conservación, fomentar la educación ambiental, reducir la contaminación y mejorar la planificación del desarrollo costero y marino. También es fundamental garantizar el financiamiento de los programas de investigación y monitoreo a largo plazo.
El destino de la Ballena Franca Austral no es solo una cuestión de biodiversidad, sino también de identidad, cultura y sostenibilidad. Protegerla es proteger el equilibrio de todo un ecosistema, y con él, el futuro de las próximas generaciones.
Visitar la Patagonia en temporada de ballenas es una experiencia transformadora. Pero como toda actividad en la naturaleza, debe hacerse con respeto, responsabilidad y conciencia ambiental. Elegir operadores habilitados, respetar las distancias mínimas, no alimentar a los animales ni arrojar basura al mar son gestos simples que marcan la diferencia.
Como dice el lema del Instituto de Conservación de Ballenas: “Lo que se conoce, se cuida. Y lo que se cuida, perdura”.