Esta es la historia de Roberto Bubas, un guardafauna de Península Valdés que se relacionó con orcas en estado salvaje. Su proeza llegó a los ojos de Agustín, un niño hipoacúsico con conductas autistas que reaccionó al verlo tan cerca de estas ballenas. El chico viajó con su madre a Puerto Madryn y estuvieron tres días viviendo con “Beto” en El Doradillo, la reserva patagónica que aún hoy custodia en Chubut. No lograron que Agustín viera orcas, pero sí notaron que el niño salió de su encierro en ese contexto de naturaleza vírgen. Bubas decidió escribir ese encuentro en un libro que tituló Agustín Corazón abierto (1999).
Años más tarde, Luis Puenzo conoció a este amigo de las ballenas mientras rodaba La puta y la ballena (2004). Desde entonces, el director de La historia oficial y el productor José María Morales quisieron adaptar su libro a una película. El proyecto se hizo esperar, pero se llevó a cabo de la mano del director español Gerardo Olivares, quien junto a Puenzo (aquí, productor) eligieron a Joaquín Furriel para el papel de Bubas en el filme El faro de las orcas, que se estrena este jueves.
A Furriel, el guión de la película le llegó dos semanas después de haber sufrido un ACV en pleno vuelo. “Estaba lleno de miedo, muy vulnerable, inseguro, no sabía si me iba a funcionar la memoria, la memoria emocional, todo aquello con lo que trabajamos los actores. Pero cuando leí el guión, tuve la sensación de que era una película que me iba a reconfortar hacer”, recuerda hoy junto al guardafauna, a quien la propia ley le prohíbe tener contacto con orcas, y por eso corrió riesgos de ser trasladado de El Doradillo.
Hay un gran parecido físico entre Bubas y Furriel, pero ambos aclaran que El faro de las orcas, si bien está basada en hechos reales, tiene condimentos de ficción, como la historia de amor que Furriel desarrolla con Maribel Verdú, la madre del chico con autismo (aquí llamado Tristán, encarnado por Quinchu Rapalini) que en el filme llega a la cabaña de Beto y sacude su solitaria existencia.
“Mi objetivo era ser lo más realista, sin llegar a ser un documental, porque la película tiene un valor cinematográfico”, explica Furriel. “Yo veía en él a una persona de una gran franqueza y convicción. Y la gente así no camina igual que todos. Beto tiene una manera particular de mirar, caminar. De todo lo que observé, elegí lo más sintético, porque no era una película de caracterización. Yo tenía que estar lo más presente posible en los planos porque la película tiene se grado de sensibilidad”.
-Beto, ¿influíste en la película?
-Bubas: Sí. Gracias a la generosidad y el profesionalismo de Joaquín. Porque él tenía la libertad de caracterizar el personaje como quisiera. Sin embargo, exploró y analizó mi personalidad y me estudió de una manera profunda para rescatar las partes más sobresalientes. Y eso me parece muy valioso.
-¿Cuánto hay de realidad y de ficción en “El faro de las orcas”?
-Bubas: La historia real es de un chico argentino sordomudo con conductas autistas. Sus padres, Ricardo y Graciela, me escribieron cuando él se motivó al ver una revista Viva, donde aparecía yo tocándole la armónica a las orcas. El había salido de su mundo de encierro, era la primera vez que algo le llamaba la atención. Entonces la mamá, con mucho valor y determinación, llega a mí en la Península Valdés. Eso me inspiró a escribir el libro. La película está basada en esta historia real, y está muy ajustada, excepto la historia de amor con la mujer.
Bubas recuerda una anécdota de esos días compartidos con Agustín. “No pudimos encontrar orcas porque era una época de pocos avistajes. Me sentía triste por eso. Pero él empezó a fluir a partir de su relación con la naturaleza del lugar: mi caballo, los elefantes marinos. El día que se fue, dibujó en la arena una orca hembra y una orca bebé al lado. Me intentaba explicar que yo no tenía la culpa, porque había nacido un bebé. Al día siguiente apareció Xhaka, una de las orcas que se ve en El faro…, con un cachorro recién nacido”, cuenta Bubas.
-¿Qué sabés hoy de Agustín?
-Bubas: Es lo más mágico del mensaje. A partir de ahí, las conductas autistas de Agustín remitieron totalmente. Hoy es un joven adulto de 25 años que tiene novia, maneja el lenguaje de señas, juega al fútbol y es artista plástico. Está totalmente insertado en la sociedad.
-¿Seguís en contacto con las orcas?
-Bubas: No lo puedo decir. En realidad, el contacto con las orcas, exista o no exista de manera física, no es ni siquiera necesario. Porque cuando uno llega a un vínculo tan puro y fuerte como el que he tenido con las orcas, lo llevás siempre con vos.
-Furriel: En nuestro país, hay mucha gente ocupándose, como Beto, para que vivamos en un mundo mejor de verdad, con acciones, comprometiéndose. En ese sentido, la película reúne todo el conocimiento y la filosofía de Beto en relación a la naturaleza, y a la vez todo lo que Agustín le trajo a su vida.
La lucha activista de Bubas
Roberto Bubas se define como un activista no fundamentalista. Su lucha está enfocada en liberar a Kshamenk, la única orca cautiva de Sudamérica -quedan 48 en el mundo-, en San Clemente del Tuyú. Para eso se reunió -lo acompañó Furriel- con la gobernadora María Eugenia Vidal en 2016. “Es una orca capturada en el ‘92, de una familia emparentada con las orcas de la Península Valdés”, explica. Y aclara que no pretende erradicar el acuario -por el negativo impacto socioeconómico-, sino convertirlo en un centro de interpretación de vanguardia, sin animales cautivos.