¿A dónde va el agua con la cual nos lavamos las manos? ¿Y el plástico en que venía envuelto nuestro nuevo perfume? ¿Cómo se extrae y dónde termina el oro que posee nuestro celular? ¿Cuántas vueltas al mundo ha dado el algodón de la camiseta que acabamos de comprar?
Poco nos preguntamos sobre el origen y destino de los bienes que ocupamos. Parte de esta problemática es la definición de basura, comúnmente identificada con lo inservible, lo inútil y sucio, lo desechable. Y, por tanto, todo aquello que nadie quiere ver. En la lógica actual, el desperdicio pareciera ser un mal inevitable pero necesario.
Ahora bien, la definición de basura hecha por el químico y académico Paul Palmer tiene muchísimo más sentido: “Basura es todo aquel objeto por el cual su dueño no quiere asumir ninguna responsabilidad”.
¿Quién es Paul Palmer? Creador de Zero Waste Systems, empresa californiana formada en 1970 con el fin de utilizar los químicos desechados por las empresas electrónicas. Sin pretenderlo, acuñó un concepto que, a medida que pasan los años, se ha transformado en un movimiento que apunta a la revisión de nuestra economía a todo nivel.
Zero Waste es hoy una teoría práctica acerca de cómo obtener la máxima eficiencia del uso de los recursos. Desperdicio cero (objetos diseñados para ser reutilizados) es la tercera fase de una planificación global precedida por una primera fase de desperdicio (descartar y botar) y una segunda de reciclaje (reutilización posdescarte).
De hecho, fue el mismo movimiento del reciclaje el que precisó la necesidad de un modelo cuando, a mediados de los 90, The GrassRoots Recycling Network (GRRN) escribió un artículo en el que reveló que el reciclaje jamás solucionaría el problema de la excesiva creación de desechos. Y postulaba que la única manera de hacerlo era moviendo esfuerzos hacia el origen del problema, el área del diseño de sistemas y productos.
El reciclaje no es la cura
Hay que convenir en que el reciclaje fue buen concepto durante los últimos treinta años. Cambió la forma como el mundo mira la basura. Sin embargo, no fue la respuesta más profunda a la noción de desperdicios y la realidad de los vertederos, ni tampoco fue la solución técnica más sofisticada.
Fue la primera idea que se desarrolló cuando la generación de basura explotó en los años 60 y 70 y se enfocó en el problema, en lugar de buscar la fuente de aquel problema.
En esta planificación, donde Zero Waste es la tercera fase (primera: desperdicio; segunda: reciclaje) es clave que el sistema productivo encuentre las soluciones enfocándose en las modificaciones desde el origen: replanteando el diseño. Es decir, se necesita atacar la enfermedad en el momento en que los arquitectos diseñan edificios, los urbanistas planifican calles y ciudades, los departamentos de diseño industrial trabajan en productos o los científicos e ingenieros diseñan flujos de energía eficientes. El desperdicio cero apunta al origen, el principio de diseño.
Clave: economía circular
Siguiendo la idea de que “si invertimos todo el tiempo enfocados en el problema, no nos queda tiempo para la solución”, se hace necesario dejar de hablar de la basura, el desperdicio y el reciclaje, y se requiere hablar de la economía circular como la solución.
“La economía circular es reparadora y regenerativa desde el diseño”, dicen en la Fundación Ellen MacArthur.
Y para entenderla, “primero debemos mirar más allá de la corriente –extraer, consumir, desechar– del actual modelo industrial extractivo, pues esta se basa en el principio de innovación, en el cual los sistemas redefinen sus productos y servicios para que mantengan su valor en todo momento de la cadena productiva, con el objetivo de tener cero residuos y minimizar los impactos negativos. Apoyando en esta transición las fuentes de energía renovables, el modelo circular construye capital económico, natural y social”.
Ya hay posibilidades factibles: Fairphone, compañía localizada en Ámsterdam, ha desarrollado un teléfono creado para durar largo tiempo.
Sí, suena curioso en una industria que impulsa a cambiar nuestro móvil cada año. De hecho, según un estudio elaborado por Greenpeace y la compañía estadounidense de reparaciones iFixit en el que se analizaron 40 de los dispositivos más vendidos hoy, en el 70 por ciento de los casos es imposible “reemplazar las partes comúnmente fallidas, como la batería o la pantalla”. Fairphone apunta hacia la dirección opuesta; es el primer móvil modular del mundo pensado para ser reparado por piezas (sin necesidad de cambiarlo todo).
La tendencia de crear productos que duren ‘toda la vida’ se ha vuelto a poner en valor; plataformas en línea como BuyMeOnce, creada por la inglesa Tara Button en 2015, demuestran la creciente demanda de este tipo de productos. La tienda, que reúne marcas que ofrecen bienes y servicios con garantías de por vida o creados para no ser desechados, se transformó en viral en menos de un año y su libro.
La marca Patagonia, adhiriéndose a esta cruzada, no solo ofrece la reparación de productos de su marca, sino que invita a reparar sus prendas (sin importar la procedencia) en los distintos puntos worn wear que ha instalado en el mundo.
Reparar parece casi un acto revolucionario en una sociedad marcada por el fast fashion, y, aunque parezca algo menor, el impacto es enorme.
Si como consumidores decidimos alargar la vida útil de nuestras prendas, inmediatamente reducimos la huella de carbono, la huella hídrica y el desperdicio por esta generada (y por la prenda que dejamos de comprar); además, es un alivio para el bolsillo.
JUANA RINGELING
EL MERCURIO / GDA
Fuente: http://www.eltiempo.com/vida/medio-ambiente/nuevo-modelo-para-ayudar-al-medioambiente-244862