Durante dos años hicieron rifas y organizaron festivales para recaudar la plata que les permitiría cumplir su sueño: conocer las islas. Durante una semana recorrieron los campos de batalla, el cementerio de Darwin y Puerto Argentino. “Queremos tender un puente entre los jóvenes”, dijeron emocionados.
Mezcla de ansiedad, nervios y emoción. Un mensaje en un cartel hecho a mano y dedicado a quienes hoy habitan las Islas Malvinas: “por la paz, for peace”. Lo escribieron en castellano e inglés, en forma de un semicírculo que abraza a las Islas, amparadas por una paloma blanca. Con esa nueva insignia, estudiantes de El Chaltén llegaron el sábado 8 de abril al lugar cuyo paisaje no les resultó extraño a su tierra. El clima es parecido, el soplo del viento, el frío y también la humedad. Llegaron para reescribir la historia y con la intención de trazar lazos capaces de sanar las heridas que aún siguen abiertas en las generaciones que vivieron la guerra.
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La profesora recordó que la rutina comenzaba a las 8 de la mañana y cerraba con una cena en la que cada uno exponía sus reflexiones sobre lo que habían experimentado y sentido en cada uno de las actividades: recorrieron Puerto Argentino, visitaron el museo, estuvieron en el galpón donde 35 años estuvieron los prisioneros de guerra luego de la rendición – y que actualmente es una especie de salón de reuniones-, tuvieron tardes de playa de arenas blancas y agua cristalina, mojaron sus pies a pesar de las bajas temperaturas y honraron a los 237 soldados argentinos que descansan en el Cementerio de Darwin. Acostumbrados a caminar —por vivir en El Chaltén donde no hay colectivos ni autos amontonados— llegaron a pie (algunos corriendo) a cada uno de los lugares claves en el combate de 1982. Apenas 10 kilómetros separaba sus cálidas habitaciones de los montes que vieron las batallas.
Algo que las sorprendió fue el costo de vida. Ambas coincidieron en que los precios no distan mucho de los de Santa Cruz, excepto en las frutas y verduras que “son más caras porque las venden por unidad. Por ejemplo, una naranja sale unos 14 pesos argentinos. Hay mucho congelado, pero no hay diferencia en el precio de los alimentos secos, como fideos o arroz, o en golosinas”. Lo único que les pareció negativo fue la dificultad del turista para acceder a la comunicación: “Internet es muy caro, para hacer llamadas a teléfonos de línea hay que tener una tarjeta, por eso el grupo compró un chip para poder comunicarnos con nuestras familias desde nuestros celulares. La salida de la llamada es cara; en cambio desde Argentina se cobra como una llamada local, pero no era fácil comunicarse”.
Las veintiún estudiantes y docentes que pagaron más de 20 mil pesos en viaje y estadía, pudieron elegir otro destino pero eligieron las Islas Malvinas. No gastaron dinero ni tiempo en esta aventura: ganaron.