Svalvard, Noruega, 20 de mayo de 2025. En el extremo norte del planeta, bajo las montañas heladas del archipiélago noruego de Svalbard, una estructura con aspecto futurista guarda en silencio más de 1,2 millones de muestras de semillas de todo el mundo. Se la conoce como el Banco Mundial de Semillas o, con tintes más apocalípticos, la Bóveda del Fin del Mundo. Pero detrás del dramatismo del nombre, esta instalación es uno de los pilares estratégicos para garantizar la seguridad alimentaria mundial, especialmente frente a amenazas como el cambio climático, guerras, pandemias o catástrofes naturales.
El objetivo de esta monumental iniciativa es conservar la biodiversidad agrícola del planeta. ¿Por qué es tan importante esto? Porque en un mundo donde cada vez se pierde más diversidad genética en los cultivos por prácticas agrícolas industriales y el avance del monocultivo, preservar semillas originarias, resistentes y adaptadas a distintos climas es una garantía de futuro para la humanidad.
La biodiversidad, concepto central de la conservación ambiental, no solo remite a especies de flora y fauna silvestres. También se expresa en la enorme variedad de cultivos, plantas comestibles y especies agrícolas desarrolladas por las comunidades humanas a lo largo de miles de años. En esta diversidad radica nuestra capacidad de adaptación frente a desafíos como la escasez de agua, la aparición de nuevas plagas o las alteraciones en los ciclos de cultivo provocadas por el calentamiento global.
Sin embargo, según la FAO, se ha perdido el 75% de la diversidad genética de los cultivos agrícolas en el último siglo. Una cifra alarmante que pone en jaque la resiliencia de los sistemas alimentarios y subraya la urgencia de iniciativas como la bóveda de Svalbard.
¿Qué guarda la bóveda y por qué se abre solo dos veces al año?
Construida a 130 metros de profundidad dentro de una montaña congelada, la bóveda de Svalbard funciona como una caja de seguridad global para semillas, y su ubicación fue elegida estratégicamente: el permafrost natural actúa como sistema de refrigeración, incluso si se corta el suministro eléctrico. Las condiciones estables del Ártico garantizan la conservación por cientos de años.
La bóveda se abre solo dos veces al año, en ceremonias cuidadosamente planificadas. Durante estas aperturas, países e instituciones depositan duplicados de sus bancos de semillas nacionales, o bien retiran material genético en caso de emergencias. Su acceso limitado garantiza seguridad y preservación. Hasta hoy, solo una vez se extrajo material: en 2015, por parte de científicos sirios que perdieron su banco original durante la guerra.
Argentina y su aporte: guardianes del maíz, la papa y el trigo
Argentina, como potencia agroalimentaria, forma parte activa de esta red de conservación genética. Según datos del INTA y del Ministerio de Agricultura, el país ya ha enviado más de 2.200 muestras de semillas al banco de Svalbard, incluyendo variedades de maíz criollo, trigo pan, cebada, arroz y papas nativas andinas. Estas contribuciones son gestionadas principalmente por el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y por centros académicos que conservan germoplasma nativo.
Estas semillas no solo representan un patrimonio productivo: son parte de la identidad biocultural argentina, desarrolladas y seleccionadas por comunidades rurales, pueblos originarios y productores familiares a lo largo de generaciones. Enviar estas muestras a Svalbard implica también proteger el conocimiento ancestral que las acompaña.
No solo Argentina está comprometida. En febrero de 2024, Uruguay hizo historia al convertirse en el primer país latinoamericano en enviar material genético de trigo y cebada a la bóveda, con apoyo del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA). Brasil y México también han realizado aportes significativos, destacando la variedad genética tropical.
Estas acciones reflejan un creciente interés de América Latina por proteger su soberanía genética. En un contexto donde las patentes sobre organismos modificados genéticamente son dominadas por multinacionales, conservar y registrar semillas nativas en bancos públicos cobra un sentido geopolítico estratégico.
Más allá del Ártico: ¿Qué otros bancos de semillas existen?
La bóveda de Svalbard no es un banco de semillas funcional en el día a día: no distribuye material ni realiza investigaciones. Es una reserva de seguridad. Existen más de 1.750 bancos de germoplasma activos en todo el mundo, incluyendo los de FAO, CIAT (Colombia), ICARDA y, en Argentina, el Banco de Germoplasma del INTA en Castelar.
Estos bancos operan a nivel nacional y regional, con colecciones activas, estudios sobre adaptación al cambio climático, conservación de especies silvestres comestibles, y producción de nuevas variedades resilientes. Muchos están conectados en la red internacional promovida por el Tratado Internacional sobre los Recursos Fitogenéticos para la Alimentación y la Agricultura, vigente desde 2004.
El vínculo entre biodiversidad, cambio climático y alimentación se ha vuelto cada vez más evidente. Las sequías prolongadas, las lluvias extremas y el aumento de las temperaturas afectan a los cultivos tradicionales, reduciendo rendimientos y aumentando la vulnerabilidad de los sistemas agrícolas.
Conservar variedades de semillas resistentes al estrés hídrico, a altas temperaturas o a suelos pobres es una herramienta clave para adaptarse al nuevo escenario climático. Muchas de estas variedades están en riesgo de desaparecer si no se protegen.

Interior de la bóveda del fin del mundo
Educación Ambiental ¿Que podemos hacer?
La conservación de la biodiversidad no es solo tarea de gobiernos y científicos. Los ciudadanos también pueden participar activamente a través de la educación ambiental, el apoyo a mercados de productos locales y de origen agroecológico, el uso de huertas urbanas con semillas criollas, y el fomento del intercambio de saberes con productores.
Además, existen redes como las Ferias de Semillas, los bancos comunitarios de germoplasma y las ONG ambientales que trabajan en defensa de la biodiversidad agrícola y alimentaria. Apoyarlas es parte de un compromiso ético con la soberanía alimentaria.
En un mundo cada vez más urbanizado, globalizado y tecnificado, las semillas pueden parecer una cuestión menor. Pero detrás de cada semilla hay historia, resistencia, conocimiento y biodiversidad. Apostar por su conservación es asegurar un futuro con opciones, diversidad y resiliencia.
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Los próximos años serán decisivos. Se estima que para 2050 será necesario aumentar la producción de alimentos en un 70% para abastecer a la población mundial. Ese desafío solo será posible si la humanidad conserva y utiliza de manera inteligente su diversidad genética.
