Torres del Paine es considerado con razón como uno de los parques nacionales más bonitos de América del Sur. Sin embargo, hace tiempo que el famoso sendero alrededor del macizo está atiborrado de turistas, por lo que hacen falta un par de trucos para experimentar con tranquilidad este milagro de la naturaleza.
Algunos turistas están decepcionados cuando Armando Iglesias los lleva a ver la octava maravilla del mundo. Y no por el paisaje, porque los picos de granito de Torres del Paine son en realidad más hermosos que en ninguna foto.
“A la gente le falta la sensación de estar en medio de la naturaleza salvaje”, dice Iglesias. El guía turístico, de 46 años, lleva un sombrero de gaucho sobre su coleta y monta a caballo como un vaquero de la Pampa. “Tenemos que restringir el número de turistas. En temporada alta hay demasiada gente aquí”, reconoce.
Hasta hace algunas décadas, Torres del Paine solo era uno de los muchos parques nacionales en la vasta geografía de la Patagonia. El rápido auge turístico comenzó en 1994, cuando fue señalizado el W Trek. Este camino lleva al senderista durante cuatro o cinco días por lagos, glaciares y el macizo Paine. En el mapa, este circuito efectivamente se parece a la letra W.
Cada turista que visite la región quiere recorrer esta ruta alguna vez. Como consecuencia, cada verano austral se desplaza por el camino una larga caravana. Desde 2013, cuando millones de usuarios de la plataforma Virtualtourist eligieron Torres del Paine como octava maravilla del mundo, la afluencia de turistas es imparable.
El año pasado, 220.000 personas visitaron el parque nacional. La mayoría de ellos lo hicieron para practicar senderismo o simplemente para acudir en coche a los miradores. No es fácil eludir las masas, ya que a excepción del W Trek y su variante más larga, el O Trek, que pasa alrededor de todo el macizo, no hay otras rutas para una excursión de más de un día. Sin embargo, todavía es posible estar solo: a caballo, en el kayak e incluso caminando en temporada baja.
Puerto Natales tiene el ambiente encantador de un lugar aislado del mundanal ruido. El minibús inicia aquí su viaje por la Patagonia chilena. Detrás del Monte Balmaceda resplandecen en la distancia los campos de hielo del sur. Las torres del macizo Paine se yerguen al cielo como los dientes de un animal depredador gigante. El viaje es un gran safari patagónico. Algunos cóndores revolotean sobre un cadáver y a los lados de la carretera pastan rebaños de guanacos.
Iglesias estaciona el minibús junto a una cabaña. En el sobrio interior están sentados junto a una estufa de madera Daniel Armando Oyarzo, de 33 años, y Moncho Balcazar, de 44 años. Están tomando mate, como auténticos gauchos. Colocan pieles de cordero en las sillas de montar y reparten entre los turistas vaqueros de cuero para poner encima del pantalón. Los caballos aún están asustadizos, porque es su primera salida esta temporada. Untamos protector solar en la nariz. Los gauchos sonríen con aire burlón.
Ya durante la pausa del mediodía en la Laguna Azul nos duelen la espalda y el trasero. Sin embargo, toda esta molestia ya casi ha desaparecido cuando por la noche nos sentamos para disfrutar de un cordero asado en el fuego con vinto tinto. Y a la mañana siguiente ni siquiera nos acordamos de las incomodidades cuando vemos los picos resplandecientes de color rojo.
El minibús arranca a las 06:00 horas. El destino es el Mirador de los Torres. Nos espera un tour de un día por el Valle del Silencio. Por un puente colgante cruzamos el río Ascensio y subimos por un paisaje marcado por lengas, robles de Tierra del Fuego.
En el borde de la carretera se encuentran el Refugio Chileno y el Campamento Torres. Esta temporada, los senderistas tienen que presentar por primera vez, en la entrada del parque nacional, su reserva para una cabaña o un camping.
El último tramo pasa por una montaña de grava entre rocas del tamaño de una casa que el glaciar ha depositado allí. Y entonces se abre una de las vistas panorámicas más famosas, sobre una laguna en el glaciar y las tres torres que se alzan detrás. El pico de granito del medio se yergue de forma vertical sobre el hielo gris al cielo hasta una altura de casi 2.000 metros.
“Solo en invierno está aún más tranquilo aquí”, dice Iglesias. Durante esa época del año solo hay una cabaña abierta, el Refugio Paine Grande. Sin embargo, equipado con crampones y polainas, el caminante puede recorrer en su totalidad el W Trek. “De todas formas, los inviernos ya no son tan terriblemente fríos como antes”, dice Iglesias. En los últimos 20 años, el cambio climático en esta región ha sido extremo.
Fuente: Diario Perfil