MONITOREO Y ANÁLISIS DE LA SITUACIÓN GEOPOLÍTICA EN EL MUNDO Y SU IMPLICANCIA EN LA PATAGONIA

Neuquén.-Todos los fines de semana, Edgardo Troncoso barre y junta basura.

Será porque pasó casi toda su niñez en las bardas neuquinas, en ese entorno natural y desértico en el que miles de chicos protagonizaban aventuras. Caminar por los cañadones, pescar mojarritas en el tanque australiano, buscar piedras que parecieran raras. En definitiva, disfrutar de la naturaleza en su versión más agreste y salvaje.

 

En la década del 70 Neuquén era un lugar muy virgen que tenía un límite en las calles Islas Malvinas y Antártida Argentina. A partir de esa línea que atravesaba el pueblo transversalmente todo estaba reinado por las bardas.

Edgardo Troncoso era uno de los 11 hermanos que llegaron con su familia oriundo de Villarrica, Chile, a principios de 1958. Dice que su padre tenía campos y animales, pero quería que sus hijos tuvieran una buena educación el día de mañana y que para ello necesitaba criarlos en una ciudad. Por eso cruzaron la cordillera y se vinieron a vivir a Neuquén.

Aunque tenía un año y medio cuando llegó, inmediatamente se acostumbró a ese paisaje completamente distinto que tenía la capital en comparación con aquella tierra que lo vio nacer. Por aquel entonces el verde no era lo que más abundaba, salvo en la zona del Limay. Hacia el norte estaba el desierto inmenso, geográficamente caprichoso, indomable y abrasador en los meses de verano, aunque daba la chance de llegar hasta el río Neuquén a través de cada uno de los cañadones que la lluvia formó durante cientos de años.

Así pasó su infancia. Explorando las bardas, grabando en su memoria los aromas de los alpatacos, chañares y tomillos silvestres y sorprendiéndose con los zorros, liebres, cuises y lagartijas, eternos habitantes de ese territorio seco pero increíblemente mágico.

Pasaron los años, la ciudad se fue expandiendo y ganando espacio al arenal, hasta dejarlo delimitado en una angosta franja hacia el norte, expuesta al paso de miles de personas que la visitan igual que antes, pero que muchas veces no tienen reparos en el cuidado del medioambiente.

Es por este motivo que Edgardo -hoy con 60 años- colabora cotidianamente para mantener el paraíso arenoso que alguna vez lo recibió en aquellas aventuras de la infancia. Todos los fines de semana concurre con bolsas y guantes a juntar la basura que dejan durante la noche los visitantes que llegan al Mirador del Valle o a la zona del Cristo. También aprovecha para regar 12 olivos que plantó hace un año y que se encuentran al lado de la imponente escultura religiosa en el punto más alto de la ciudad.

“Lo hago porque para mí es un relax; me hace bien venir”, asegura Edgardo. Y dice que su tarea se hizo tan conocida que el Instituto Provincial de Juegos de Azar de Neuquén (IJAN) colabora con bolsas y guantes para que realice su tarea de manera más cómoda.

A veces va los sábados a la mañana; otras, los domingos. Suele acompañarlo su hermano Carlos o algún vecino que quiera pasar el día limpiando las bardas y tomando unos mates durante un momento de descanso.

Durante dos horas, aproximadamente, Edgardo camina pacientemente por todo el lugar levantando, latas, botellas, cajas de pizzas, de hamburguesas, papeles y todo tipo de basura que dejan los visitantes nocturnos.

“Hay mucha basura, pero la gente va tomando conciencia”, explica el voluntario. Es que el volumen de residuos podría ser peor si se tiene en cuenta que los viernes y sábados en horas de la noche llegan al lugar unos 200 vehículos.

“Hay mucha gente entre las 22 y las 5 de la mañana que viene a pasar el rato al balcón o a la zona del Cristo”, asegura.

Paciente y de manera anónima, Edgardo cumple con la rutina de la limpieza todos los fines de semana. Lo hace con el convencimiento de que se trata de una pequeña gran acción para colaborar con el crecimiento de la ciudad. Lo disfruta de la misma manera que lo hizo hace muchos años, durante aquellas increíbles aventuras en las que las bardas eran el lugar más mágico para jugar y explorar.

También sueña con un puente

Uno de los proyectos que tiene en mente Edgardo Troncoso es la construcción de un gran puente colgante que conecte la zona del tanque australiano con el Balcón del Valle.

Asegura que la iniciativa ya se la presentó a la ministra de Turismo, Marisa Focarazzo, para que le dé apoyo en la puesta en valor de toda esa zona.

“Sería muy lindo mejorar todo el espacio”, indicó Edgardo. Reconoció que también tuvo apoyo de la Municipalidad de Neuquén para instalar próximamente una manguera para regar por goteo la docena de olivos que plantó en inmediaciones del Cristo.

Consideró que todo el lugar mantiene un gran atractivo, pese al crecimiento que tuvo la ciudad.

Fuente: La Mañana Neuquén