Buenos Aires, Argentina, 22 de mayo de 2025. En el marco del Día Internacional de la Biodiversidad, crecen en todo el país las ferias de semillas autóctonas, plantas nativas y productos agroecológicos como herramientas clave para frenar la pérdida de especies y promover una alimentación sana, local y sostenible. ¿Qué hay detrás de estos encuentros? Redes, saberes, pueblos originarios y una resistencia silenciosa que hoy se vuelve imprescindible.
En tiempos donde la crisis climática y la pérdida de biodiversidad se acentúan a escala global, miles de personas en toda América Latina están apostando por volver a las raíces. Literalmente. En plazas, parques, escuelas rurales, viveros comunitarios y centros culturales, florecen ferias que promueven la circulación de semillas autóctonas, productos agroecológicos y saberes ancestrales. Pero, ¿por qué son tan importantes? Porque constituyen uno de los espacios más efectivos para conservar la agrobiodiversidad, resistir al avance del modelo extractivista y reconstruir la soberanía alimentaria desde abajo.
En estos espacios no hay lugar para las grandes corporaciones ni para el marketing industrial. Aquí mandan la tierra, los pueblos y la vida. Son ferias donde se intercambian saberes, se comparten experiencias de cultivos resilientes, se celebran sabores que no se encuentran en supermercados y se reconstruyen vínculos con los ciclos naturales. En el Día Internacional de la Biodiversidad, estas iniciativas cobran una relevancia estratégica: son la primera línea de defensa frente a la desaparición de miles de especies y variedades locales.
Semillas autóctonas: custodias del futuro y guardianas del pasado
Las semillas nativas —muchas veces invisibilizadas por el sistema agroindustrial— poseen un valor incalculable. No solo por su adaptación al clima y al suelo local, sino también por su carga cultural, histórica y espiritual. En cada semilla autóctona hay siglos de selección campesina, conocimiento empírico y conexión con el territorio. A diferencia de las semillas híbridas o transgénicas, las autóctonas pueden reproducirse año tras año sin depender de insumos externos, lo que las convierte en piezas claves para un modelo agrícola sustentable.
Estas semillas resisten sequías, plagas, heladas y condiciones extremas mejor que muchas variedades comerciales. Al conservarlas y multiplicarlas, las comunidades no solo garantizan su soberanía alimentaria, sino que también protegen la biodiversidad agrícola —una de las más amenazadas por el modelo de monocultivo. Ferias como las que se realizan en Río Negro, Neuquén, Salta o Córdoba son verdaderos bancos genéticos a cielo abierto, donde se siembra también una ética del cuidado y el respeto por la vida.
Productos agroecológicos: alimentos con identidad, sin venenos ni explotación
Junto a las semillas, los productos agroecológicos son protagonistas indiscutibles de estas ferias. Mermeladas de rosa mosqueta, harinas de maíz criollo, hortalizas libres de agrotóxicos, infusiones de hierbas nativas, cosmética natural, alimentos fermentados y mucho más se ofrecen en estos espacios con un diferencial potente: provienen de un modo de producción que respeta los ecosistemas, dignifica a los productores y cuida la salud de quienes consumen.
La agroecología, a diferencia de la agricultura convencional, no utiliza químicos sintéticos ni depende del paquete tecnológico industrial. Por eso, sus productos no solo son más sanos, sino también más diversos, nutritivos y sabrosos. Además, cada alimento agroecológico que se compra en una feria fortalece la economía local, reduce la huella de carbono y contribuye a un sistema alimentario más justo y resiliente.
Una característica central de estas ferias es su dimensión educativa. Más allá de la compra o el intercambio, en cada encuentro se ofrecen talleres, charlas, recorridos guiados, muestras vivas y actividades para niños y niñas. Allí se aprende a hacer almácigos, a recolectar semillas, a identificar plantas comestibles nativas, a producir compost, a leer la luna para sembrar, a multiplicar saberes.
Ese aspecto pedagógico es clave, especialmente en un mundo desconectado de la naturaleza. La educación ambiental en estos espacios ocurre de manera vivencial, horizontal y participativa, generando un impacto transformador en quienes asisten. Además, fomenta el respeto por las culturas originarias y campesinas, y contribuye a recuperar prácticas que habían sido relegadas por el avance de la urbanización y el agronegocio.
La importancia de construir redes: biodiversidad que se teje entre manos, saberes y territorios
En el corazón de cada feria de semillas autóctonas o agroecológica no solo germinan nuevas plantas, sino también vínculos humanos que son esenciales para sostener y regenerar la biodiversidad. La construcción de redes entre comunidades, agricultores, pueblos originarios, científicos, consumidores y organizaciones sociales permite intercambiar no solo recursos genéticos, sino también saberes, prácticas culturales, tecnologías apropiadas y estrategias de defensa frente al avance del extractivismo y la agricultura industrial. Estas redes actúan como verdaderas infraestructuras vivas: diversifican las resistencias, fortalecen las economías locales y tejen solidaridad entre actores que muchas veces han sido históricamente invisibilizados.
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Además, las redes potencian el alcance de las iniciativas al permitir replicar experiencias exitosas en distintos puntos del país o de América Latina, generando escalabilidad sin perder la identidad local. Son una herramienta clave para influir en políticas públicas, defender los derechos de los territorios y visibilizar la importancia de la soberanía alimentaria como derecho colectivo. Sin redes, muchas semillas seguirían guardadas en el silencio o bajo amenaza de desaparición; con redes, florecen en cada rincón, empoderando a quienes las siembran y alimentando la esperanza de un futuro más justo y sostenible.
Ferias en la Patagonia: una trinchera frente al extractivismo
En regiones como la Patagonia, donde el avance de la megaminería, el fracking y los monocultivos pone en jaque a los ecosistemas nativos, las ferias agroecológicas y de semillas se convierten en actos de resistencia activa. Allí, organizaciones locales, productores familiares, pueblos originarios y jóvenes ambientalistas están articulando propuestas para proteger la flora local, preservar las cuencas hídricas y generar alternativas de vida dignas y sostenibles.
La Feria de la Biodiversidad de El Bolsón, la de San Martín de los Andes o la Feria de Semillas del INTA en Río Colorado, son algunos ejemplos de cómo el sur argentino está cultivando autonomía y resiliencia desde abajo. Estas experiencias, lejos de ser marginales, están marcando el camino hacia una transición ecológica con identidad local.
Biodiversidad en riesgo: cifras que preocupan y acciones que inspiran
Según datos de la ONU, cada año desaparecen entre 25.000 y 100.000 especies en el planeta, muchas de ellas sin siquiera haber sido documentadas. En el caso de las semillas, la situación es igual de alarmante: en el último siglo hemos perdido el 75% de la diversidad genética de cultivos. Frente a este panorama, las ferias se vuelven fundamentales no solo para conservar lo que queda, sino para regenerar lo perdido.
En Argentina, más de 350 ferias de este tipo se realizan anualmente, involucrando a más de 15.000 productores, viveristas, docentes, técnicos y vecinos. Su impacto se multiplica gracias al trabajo en red, al acompañamiento de instituciones públicas y a la creciente conciencia ambiental de la ciudadanía. Aunque muchas de estas ferias no tienen gran visibilidad mediática, su incidencia en el territorio es enorme.
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Sin biodiversidad no hay futuro — y sin semillas libres, tampoco
Las ferias de semillas autóctonas y productos agroecológicos son mucho más que eventos rurales o curiosidades folklóricas: son verdaderos actos de resistencia, cultura y amor por la vida en todas sus formas. Frente a un modelo dominante que promueve la homogeneización, el monocultivo y la pérdida de variedades tradicionales, estas ferias nos recuerdan que cada semilla es una promesa de diversidad, resiliencia y soberanía.
Proteger, celebrar y expandir estos espacios no es solo una acción simbólica en el marco del Día Internacional de la Biodiversidad; es una necesidad urgente ante el colapso ecológico global. Allí donde las corporaciones patentan genes y avanzan con transgénicos, las ferias abren caminos para que la tierra vuelva a hablar en su idioma original: el de los colores, aromas y sabores únicos de cada ecosistema. La biodiversidad no se conserva en vitrinas ni solo en documentos: se vive, se cultiva y se comparte. Y en cada red construida, en cada feria organizada, en cada semilla intercambiada, late la posibilidad real de otro modelo de vida — más justo, más sano, más nuestro.
