A 20 minutos del centro de la ciudad alemana de Hamburgo se puede observar una inmensa mole gigante de acero y concreto que sobresale de de las demás construcciones. Se trata de la única construcción que quedó en pie tras el intenso bombardeo que sufrió esta ciudad-puerto germana por parte de las fuerzas aliadas durante la Segunda Guerra Mundial.
Y tras casi 70 años de abandono, este refugio de hormigón armado subterráneo que sirvió para protegerse de los bombardeos, fue rescatada por el gobierno municipal para transformarla en una planta de energías renovables que abastece a 3000 hogares. Bautizado como el búnker energético, está situado en Wilhelmsburg, en las afueras de Hamburgo, y es hoy un símbolo de la protección del ambiente y la lucha contra el cambio climático.
Gracias a una inversión cercana a los 30 millones de euros, el municipio y la compañía Hamburg Energía reconvirtieron el antiguo refugio bélico en una moderna planta de generación energética con paneles fotovoltaicos en su techo, un enorme biorreactor en su interior que convierte la basura en biogás, equipos transformadores y un buffer con capacidad para almacenar 2.000 m3 de gas metano. En esta planta también se puede procesar y almacenar la energía solar que generan miles de hogares con paneles fotovoltaicos en sus techos, para ser volcada nuevamente a la red en cuanto sube la demanda.
Construido entre 1942 y 1944 por el régimen nazi como un refugio antibombardeo para 10.000 personas, hoy brinda energía a un número similar de habitantes. Al terminar la guerra, seis de sus nueve pisos habían colapsado, pero su estructura, de 80.000 toneladas de concreto y acero, no pudo ser derribada.
En los años posteriores, cuando literalmente toda la ciudad debió ser reconstruída, los sucesivos gobiernos no prestaron atención al edificio. Finalmente en 2009, los ciudadanos decidieron mediante un plebiscito, re-estatizar la provisión energética que estaba desde los años 90 en manos privadas, y a partir de esto también se decidió darle un nuevo destino al búnker en ruinas.
Los trabajos comenzaron en 2011 y dos años después la planta energética fue inaugurada. Hoy puede visitarse los fines de semana y subir a la terraza del octavo piso, cuyo techo está cubierto por paneles fotovoltaicos y ofrece una vista única de la ciudad y el puerto, y las granjas eólicas circundantes.
Por dentro, el edificio se conserva tal como fue diseñado.
El frío, la oscuridad y el intenso eco que producen los transformadores al funcionar, llevan a imaginar el estruendo de las bombas que alguna vez sintieron sus moradores. El lugar estaba preparado para sobrevivir en su interior hasta una semana. Sus muros de dos metros de espesor son ahora ideales para la aislación térmica y del ruido que generan las máquinas en su interior.
Alemania se posiciona hoy como uno de los países más avanzados en la descarbonización de su economía, a través de su política de reducción de emisiones y de desarrollo de las energías renovables. Actualmente, la potencia europea atraviesa un proceso de transición energética o energiewende, que tiene tres pilares. Uno es la transformación del modelo de negocios desde las grandes centrales energéticas hacia la generación descentralizada de energía en cada hogar. El segundo, la fijación de metas concretas de reducción de emisiones (de gases de invernadero) por parte de los gobiernos nacionales y locales. Y la participación de los ciudadanos que, generando energía en sus propias casas. Así lo explica Stefan Schurig, director de la comisión de Clima y Energía del World Future Council en Hamburgo, y co-organizador de la reunión del G20 que se llevará a cabo el 7 y 8 de julio en esta ciudad.
“Esa misma transición llevó al país a frenar la construcción de nuevas plantas nucleares en 2010 y establecer el cierre de todas las que aún funcionan para el 2021”, recuerda Katharina Umpfenbach coordinadora de Energía en el EcoLogic Institut, uno de los Think Tanks de la política ambiental germana.
Hoy, el 40% de su demanda energética proviene de fuentes renovables. Pero el compromiso de Alemania es llegar, en 2050, a cubrir el 90% de su demanda con fuentes renovables y lograr el 100% de eficiencia energética. Un objetivo ambicioso, a la altura de la locomotora europea.